14 nov 2006

Visión


De todos es conocido el carácter ritualístico, medicinal, cultural o de entretenimiento que ha tenido la percusión en sociedades primitivas y modernas por igual: desde los tambores bamileke hasta los beats electrónicos. Uno de sus efectos más destacados es el de inducir un trance. Ayer hice un experimento peligroso: Escuché consecutivamente y sin pausas Toad de Cream, The Mule de Deep Purple y Moby Dick de Led Zeppelin (todos alusivos a animales, ahora que lo veo) que, en las versiones que tengo, significan más de 30 minutos de bateria monstruosa. Hacia el minuto 28 empezó el trance que duró poco pero fue suficiente para entrar en un estado de conciencia que me hizo ver con claridad una nueva visión del fin. Esta vez se trataba de un anciano moreno y de pelo blanco, de pie frente a mi, con los ojos cerrados. De su cabeza casi calva empezaron a salir pelos blancos cada vez más largos y más poblados. De allí se desplazó el crecimiento hacia la cara, luego las piernas, luego los brazos, luego el resto del cuerpo (el anciano parecía desnudo, aunque su piel curtida bien podía ser un atuendo). Al cabo de un rato, el viejo fue engullido por su propio pelo; me explico, el pelo primero lo cubrió completamente y luego pareció volverse una masa informe y blanda. Luego sopló un viento fuerte y el pelo se fue llendo con él, dejando tras de sí nada: ni viejo ni pelo ni continuación, porque allí acabó John Bonham de tocar.

1 comentario:

carlosrealm dijo...

El aspecto del humo es terriblemente similar al de la barba cana y abundante de algodón de un viejo. Contemplar la desaparición de un chicote, sea cual sea su contenido, en efluvios evanescentes recuerda e impone la atemporalidad del cambio, del transcurrir representado en la desaparición del viejo arrugado.

Cargón