15 dic 2007

Advertencia: este texto tiene un C.I. muy alto


El efecto Flynn estipula que el cociente intelectual aumenta a razón de 0,3 puntos por año. Así, de una generación a la siguiente hay un aumento en más o menos 8 puntos. Fenomenal, dices rápidamente, soy más inteligente que mi papá. Pero esto además indica que los C.I. no son comparables en el tiempo. Como el puntaje obtenido se basa en una curva normal, la curva debe ser ajustada de acuerdo con quienes toman el test. Ignorando el problema de que hay múltiples tests para medir el C.I., tomemos el mas común: el WISC. En The New Yorker (Diciembre 17, 2007) aparece un artículo de Malcom Gladwell donde explica cómo el WISC ha sido cambiado en varias oportunidades para incrementar la "dificultad" de la prueba de C.I. y de esa manera mantener la media en 100 puntos. Así que no puede un hijo comparar su puntaje con el de su padre o con el de Einstein, a menos que haya tomado exactamente la misma prueba. Esto sería poco más que una curiosidad si el C.I. fuera solo usado para propósitos de entretenimiento, pero en todo el mundo es usado para determinar la capacidad mental de la gente, especialmente los niños, y determinar si, por ejemplo, deben ser recluídos en una institución o separados a un colegio especial. CNN sacó un especial donde muestran como la prueba es utilizada en Rumania para recluir niños huérfanos y etiquetarlos como enfermos mentales.
Por otro lado, desde siempre ha habido quienes asumen el test como una prueba de inteligencia y usan sus resultados para obtener correlaciones de todo tipo. La más común es la visión racista soportada en el hecho de que los africanos e hispanoamericanos consistentemente obtienen menor puntaje que los asiáticos o los occientales de ascendencia blanca-europea (quienes, por supuesto, obtienen el mayor puntaje). El argumento se soporta en la creencia de que el C.I. está determinado genéticamente. Gladwell nos recuerda que de ser así, no habría un aumento en el tiempo, ni habría los numerosos ejemplos de niños de una raza que criados por padres de otra raza obtienen el puntaje esperado de la raza de sus padres. O no se daría el caso de que los negros en EE.UU. empiezen a perder puntos con respecto los blancos a medida que crecen. El C.I. sería pues resultado del contexto socio-económico, no de la raza.
Pero ahí no termina la historia. El WISC tiene varios componentes, pero el que representa el mayor impacto en términos del efecto Flynn es el de similtudes. Aquel que pregunta por las similitudes entre conceptos (por ejemplo, que perro y conejo son ambos mamíferos). Gladwell trae a colación un ejemplo de una tribu en Liberia a quien se le aplicó una prueba similar, solicitándoles clasificar un cesto de objectos, agrupándolos según su lógica. Naturalmente, lo que hicieron fue agrupar los objetos funcionalmente (una papa va con un cuchillo, porque el cuchillo corta la papa). Cuando se les preguntó por la forma en que los agruparía un tonto, los liberianos entonces obtuvieron un buen puntaje.
Años atrás, Heinz von Foerster también usaba un ejemplo similar, fuera del contexto del C.I. En una prueba de similitudes de palabras es típico que los niños pequeños agrupen, por ejemplo, doctor-aguja-dolor, saltar-pie o viento-frío. Si la misma prueba se aplica en adultos entonces se obtendrán clasificaciones semánticas del tipo dolor-frío o saltar-correr. Para von Foerster es mucho más lógica e inteligente la forma de clasificar de los niños que la de los adultos. Para el WISC es todo lo contrario.
Diedrik Aerts ha trabajado en la representación de conceptos desde la Universidad Libre de Bruselas por muchos años. En varios de sus trabajos comienza por introducir las distintas visiones de lo que es un concepto. La visión clásica consiste en que todas las instancias de un concepto comparten un conjunto de característias necesarias y suficientes que lo definen. El problema es que un objecto será clasificado dentro de una categoría en un momento dado y dentro de otra categoría en otro momento. Además, habrá objetos cuya clasificación es ambigua (Wittgenstein se preguntaba cómo habría de definirse el concepto de "juego" de tal manera que incluyera las instancias de frisbee, béisbol y ruleta, pero sin incluir un debate o una guerra). Esta visión clásica ha sido reemplazada por otra en que los conceptos no tienen una estructura fija, sino una que es evocada espontáneamente de acuerdo con la situación, con el contexto. Este contexto puede ser otro concepto, una agregación de conceptos, un objetivo, un pensamiento, una experiencia, sensación, o un entorno físico (o una combinación de lo anterior).
La conclusión de Gladwell en The New Yorker es que el C.I. no mide qué tan inteligente es una persona, sino qué tan moderna es. Entendiende como moderna a una persona racional capaz de usar "lentes científicos" para entender el mundo. Yo prefiero recordar el trabajo de Aerts (o de Wittgenstein) y apuntar a que más bien mediría qué tan clásica es. A mayor C.I., mayor es la estructuración cuadriculada de la mente, bajo el viejo modelo aristotélico de las categorías. Los liberianos y los niños son vistos como atrasados por poseer esa inocencia que hace uso del contexto para definir un concepto. Para algunos, el liberiano está genéticamente impedido para pensar inteligentemente (científicamente). Para otros, basta con alterar el contexto socio-económico, darles educación y hacerlos científicos (inteligentes) para que puedan progresar. Lo que yo me pregunto es hacia qué lado se estará inclinando la balanza, donde de un lado está la ciencia trabajando por nosotros, y en el otro lado somos nosotros quienes trabajamos para la ciencia.