19 nov 2006

La ventana indiscreta


Cuando Teo vino a comer a la casa dijo, al ver por la ventana de la cocina, que parecía la ventana indiscreta de la película de Hitchcock. Efectivamente guarda un parecido, como todos los bloques de edificios que se cierran en triángulo o rectángulo alrededor de un jardín interior. Al comienzo temí por los vecinos, tanta cercanía da lugar a compartir sus ruidos y olores. Cuando vivíamos en Madrid era así, solo que al extremo. Las ventanas no daban a ningún jardín, solo a un patio interior de tal vez tres o cuatro metros de ancho, y ninguna ventana daba a la calle. En verano, largo y caliente, todas las ventanas de los pisos estaban abiertas. Se compartían los ruidos y los olores como si todo el mundo fuese de la familia. Recuerdo especialmente el reloj depsertador de aquel que quizá viajó de vacaciones y lo dejó prendido. Sonaba todas los días de agosto a las 6 o 7, plácidamente, ronco, pero con ganas, y sin nadie que estuviera presto a callarlo. Recuerdo el olor a calamares y a alubias de lata recalentadas. Recuerdo al vecino del piso de abajo que cantaba flamenco del malo mientras llevaba el ritmo dándose palmadas sobre lo que no podía ser otra cosa que su abdómen desnudo. Recuerdo el hijo de treinta y su vieja madre que cazaban pleito a diario por razones que no hace falta repetir, ya que se replican donde quiera que haya madre vieja y sola con hijo adulto y desempleado (o en vacaciones). Recuerdo muchas otras cosas que ya en perspectiva son graciosas, pero estaba en la ventana indiscreta; en el presente no son graciosas. Durante meses solo habré escuchado una vez la música de un vecino a un volumen más alto del necesario y los olores nunca me han molestado. Al ser edificios bajos, haber un jardín amplio y tener ventanas del lado del jardín y del lado de la calle, no hay problemas. O debería decir: no había problemas. La vecina de abajo, que todo este tiempo pareció un fantasma (jamás me la encontré siquiera en las escaleras) ahora se ha transformado en una pareja. Adivino que su esposo ha llegado de misión en Afganistán o que se han reconciliado tras una separación de varios meses, pero el hecho es que hace unas semanas ha llegado un hombre que se hace notar. Y de qué manera. No solo se escucha el murmullo de los bajos de un televisor con frecuencia, cosa que puedo ahogar con ruidos propios y que usualmente no dura hasta la madrugada ni empieza temprano. No es el hecho de que sea el único vecino de quien haya sentido una fiesta; me tiene sin cuidado; los fines de semana no son problema. Es una cosa y solo una la que me tiene podrido. Ronca. Ya está haciendo frío así que supongo que su ventana esta cerrada. El ruido de sus ronquidos se transmite a través de las paredes, del piso, de la madera de la cama, del colchón, de la almohada y llega hasta mi cerebro. Con frecuencia tengo dificultad para quedarme dormido; con este ruido fastidioso en mi cabeza no solo es difícil lograrlo sino que me despierto dos y tres veces en la noche y vuelvo a tener el mismo problema. Ahora espero que mi teoría de que viene de Afganistán no sea cierta. Número uno, porque si pasó tantos meses por fuera, pasará el mismo tiempo aquí en descanso. Número dos, porque ahora con el cambio de poder tanto en EE.UU. como en Holanda, no se sabe qué vaya a pasar y yo quiero tener la certeza (la esperanza, quiero decir) de que no permanecerá mucho tiempo. Con la segunda opción tiene que suceder que su esposa vuelva a sacarlo a patadas, por ver tanta televisión, por hablar de fútbol con ella, por emborracharse (estas dos última no me constan, pero su tono mientras habla en voz alta y su carraspeo son indicios) y por roncar como una cabra hinchada pariendo. Quizá deba acostarme ahora, ahora que se escucha el televisor; ese ruido quizá no me impida dormir y en cambio me dará algún tiempo mientras él decide irse a dormir o mientras hace efecto el veneno que debe estarle dando su esposa.

1 comentario:

carlosrealm dijo...

En un hotel de Roma, los gruñidos de nuestra santa madre no sólo despertaron a mi consorte (que no a mí, que ronco de puro gusto), sino que instaron a que el vecino maltratara ese tabique endeble que suele usarse como remedo de pared en estos países del Viejo Mundo.