28 sept 2007

Frelon

Seguramente habrán sentido en sus vidas un poder de atracción que es más fuerte que cualquier otro poder sobre ustedes. Un magnetismo tan potente que evadirlo es sencillamete imposible. Un deseo irreprimible de acercarse, primero, contemplar, después, tocar, luego, entrar, y finalmente fundirse con el foco de atracción. Pues hace unos días me estaba pasando exactamente eso. Y es que es inevitable, se entiende. Es algo instintivo, animal. Todas las noches me estaba acercando a su ventana para tratar de ver el momento en que se podría decir que cobraba vida para mí. Primero de lejos, luego más cerca. Finalmente brillaba en toda su belleza, luminosa, hermosa, cálida, perfecta. Pero yo no era capaz de hacer nada distinto a darme topes contra la ventana, quizá a la espera deque se abriera, o de que un milagro me otorgara la capacidad de cruzar este maldito invento humano que son las ventanas. Que engañosa es su transparencia, su frialdad, su falsa protección. En fin, hace poco vi mi oportunidad y la tomé. No serían más que unos pocos centímetros pero logré entrar. Como es lógico, estaba aturdido, ya se sabe que cuando deseamos algo de esta manera no sabemos como reaccionar cuando lo tenemos al frente (la mayoría, de hecho, lo dejan pasar). Estaba mareado con su luz, extasiado con su calor, totalmente ebrio de amor. Pero me tardé demasiado. Un monstruo gigante me atacó. No una, sino repetidas veces. Trate de escapar, de encontrar la salida, pero su medio no es el mío y no daba con ella, sino con torpes aleteos de un brazo gigante y varios golpes que finalmente me dejaron aturdido y en el piso. Lo siguiente que recuerdo es despertar en la hierba mojada y fría, preguntándome por qué. ¿Fueron los celos, acaso? No puedo imaginar que pueda tener algo contra mí. No hago otra cosa que librarle de otros más pequeños que se comen su cilantro. Además, mucha gente me admira. Muchos saben de la influencia de las hormigas en el estudio de los comportamientos emergentes en la sociedad, pero de nosotros qué; de nosotros sí que hay mucho que aprender. Algunos lo han hecho, pero claro, supongo que es más fácil encajar a unas hormigas que restringirnos a nosotos. En fin, por allá no me vuelvo a aparecer. No me quedan más que pocos días de vida como para gastármelos haciendo caso a mis irreprimibles instintos.

24 sept 2007

Evolución de una idea fatua

Finales de los sesenta. Una revelación inducida por los ácidos les revela que no existe el tiempo y que somos parte de una sola conciencia universal. Pero también, que no hemos despertado a esa conciencia del todo. La tierra esta envuelta en una membrana (material e inmaterial) que nos preserva en un estado de fermentación prenatal. Una vez liberados, naceremos al infinto: el despertar de la humanidad.
Finales de los ochenta. Mientras se discute el Protocolo de Montreal, un flashback les sugiere que la destrucción de la capa de ozono no es otra cosa que la humanidad asomándose por la vulva de Gaia. Y sí, sería un nacimiento difícil, la madre corre peligro de morir. Le preguntan al padre: ¿a quien salvamos?.
Finales de los noventa. En medio de una euforia de fin de siècle, el grito paterno se deja oir. Salven a la madre! Salven a la madre! Pero el parto ya está en curso. La dilatación no tiene reversa.
Finales de los cero (¿será así que tendremos que decirle a nuestra década en curso?). La resaca arde en medio de las explosiones. Madre e hijo muestran señales de vida, pero un riesgo inminente de morir. Escaparán acaso algunas esquirlas de humanidad en busca del infinito, del atemporal, de la verdadera esencia del ser. Pero todo indica que será en vano. La humanidad: o se emancipa por entero de la prisión uterina, o se pudrirá en las entrañas de su madre muerta.

17 sept 2007

El pasajero de Leiden


Subo del tren, bajo del tren, abro el libro, cierro el libro, cambio de tren, tomo mi café, miro el reloj, pero de vez en cuando algo se sale de la rutina. Desde que se montó, me pareció que este hombre tenía algo que decir y buscaba desesperadamente alguien a quien decirselo. Su frente tenia algunas gotas de sudor y sus manos temblaban levemente. Un alcohólico, pensé. Miraba por encima de su hombro y me miraba a mí, como esperando que yo iniciara la conversacion. "¿Haz odio hablar de Bilderberg?" me dijo en inglés con un acento que no sabía identificar. Le dije que no y traté de juntar acento y cara, pero no lograba dar con su procedencia. No era holandés. Era calvo y sus cejas eran oscuras, pero no mucho. Su piela era blanca, pero como de invierno largo, pálida y fría. Llevaba una corbata mal anudada y botas de combate, pero el vestido se veía nuevo y costoso. "La Conferencia Bilderberg", me repitió. "No", insistí yo. "¿Y del Instituto Schiller?" me preguntó. Pues de ese sí habia oido hablar. Me fascina como reducen todo un programa político global humanista a cosas como una nota de afinación o un ferrocarril intercontinental. Pero antes de que pudiera seguir me interrumpió el vecino y me dijo que no lo habían dejado entrar a las oficinas de Bilderberg, pese a haber mostrado sus credenciales de Instituto Schiller. "Vine hasta Leiden desde tan lejos, y ni siquiera me habló un ser humano, solo una grabacion..." Luego se me acercó mucho y me empezo a hablar de no se qué conspiraciones, de la reina, del Grupo Prisa, yo qué se. Empece a descifrar su acento y todo lo demás que había que descifrarle. Afortunadamente llegué a mi estación. Me bajé sin despedirme y, cuando estaba caminando fuera del tren, el hombre se quedó pegado a la ventana mirándome fijamente a los ojos como un prisionero, desde un pabellón de condenados a muerte. Me sonreí. Minutos más tarde, sin embargo, me puse serio. ¿Y si me miraba como si el condenado fuera yo?

12 sept 2007

Pakis y guiris

La Rambla es la frontera. Lentamente empieza a variar la composición de guiris a pakis. Los unos compran paellas de diez euros, los otros venden tikka massala por lo mismo. Los unos siguen en el sol aun después de haber adquirido un permanente color y textura de cartón (no me refiero a quienes van tres días y buscan quedar rojos a como de lugar, sino a aquellos que ya estando morenos quieren llegar a negros sin lograrlo jamás); los otros les venden culbiar y tatuajes borrables.

Luego está el submundo de los anarquistas, okupas, freegans y manuchaítos. Que no es tan submundo si se considera que están en los bares, en las calles, visiblemente numerosos y homogéneos. En un país donde la pobreza se concentra en la población imigrante subsahariana, marroquí, paki o latinoamericana, los nativos, y a veces los guiris que se dejan rastas rubias, buscan la manera de vivir como pobres del tercer mundo. Muchos de ellos, claro, son auténticamente pobres o han adquirido un compromiso con una ideología política o social alternativa. Otros no. Por ejemplo, al escarbar basuras buscando comida le llaman "urban foraging", al echar dedo le llaman "eco-friendly transportation", y a la invasión de apartamentos vacíos le llaman "rent-free housing" u okupación en este caso. Rescatan la sutil diferencia entre ser desempleado (unemployed) y estar sin trabajo (jobless). Un desempleado es alguin que no puede acceder temporal o permanentemente a un empleo tradicional. El segundo, en este caso, opta por vivir sin empleo, es decir, fuera de la sociedad: voluntary joblessness. La justifiación del parasitismo por razones políticas, altermundialistas o ecológicas ciertamente les resulta atractivo a muchos, a juzgar por la cantidad que comparten este estilo de vida, al menos en lo visible, en la vestimenta y la forma de llevar el pelo. Esta froma de neohippismo es más que eso; se renueva desde siempre y para siempre. Qué son los monjes mendicantes, sino okupas de corte religioso que en vez de rent-free o eco-friendly, le llaman pobreza bienaventurada o exaltación de los espiritual sobre lo corporal.

Los guiris y los pakis, sin embargo, en general, ven esto no más que como una porción marginal (es decir, al margen, pero dentro) de la sociedad que no cuenta ni para sí, ni para no. Los pakis (uso el término libremente y obviamente como una etiqueta que abarca una población más compleja) andan preocupados por su supervivencia, por los que dejaron atrás, por buscarse un paréntesis o un punto final en la historia de su clandestinidad, por lidiar con los efectos de los discursos más radicales antinmigración, como en el caso del CiU, y de los moderados que cada vez se parecen más a los primeros - algunos, por ejemplo, ven a Sánchez Dragó como moderado en este nuevo orden. Así, es fácil entender paradojas como las de que los pakis se vuelvan xenófobos (de sí mismos, claro) o los guiris quieran quedar negros al sol.

Y luego están los que para un paki podrían ser guiris y para un guiri podrían ser pakis. Si te pillan en el Raval y te meten preso, ¿con que pandilla te sentarías a almorzar?