17 sept 2007

El pasajero de Leiden


Subo del tren, bajo del tren, abro el libro, cierro el libro, cambio de tren, tomo mi café, miro el reloj, pero de vez en cuando algo se sale de la rutina. Desde que se montó, me pareció que este hombre tenía algo que decir y buscaba desesperadamente alguien a quien decirselo. Su frente tenia algunas gotas de sudor y sus manos temblaban levemente. Un alcohólico, pensé. Miraba por encima de su hombro y me miraba a mí, como esperando que yo iniciara la conversacion. "¿Haz odio hablar de Bilderberg?" me dijo en inglés con un acento que no sabía identificar. Le dije que no y traté de juntar acento y cara, pero no lograba dar con su procedencia. No era holandés. Era calvo y sus cejas eran oscuras, pero no mucho. Su piela era blanca, pero como de invierno largo, pálida y fría. Llevaba una corbata mal anudada y botas de combate, pero el vestido se veía nuevo y costoso. "La Conferencia Bilderberg", me repitió. "No", insistí yo. "¿Y del Instituto Schiller?" me preguntó. Pues de ese sí habia oido hablar. Me fascina como reducen todo un programa político global humanista a cosas como una nota de afinación o un ferrocarril intercontinental. Pero antes de que pudiera seguir me interrumpió el vecino y me dijo que no lo habían dejado entrar a las oficinas de Bilderberg, pese a haber mostrado sus credenciales de Instituto Schiller. "Vine hasta Leiden desde tan lejos, y ni siquiera me habló un ser humano, solo una grabacion..." Luego se me acercó mucho y me empezo a hablar de no se qué conspiraciones, de la reina, del Grupo Prisa, yo qué se. Empece a descifrar su acento y todo lo demás que había que descifrarle. Afortunadamente llegué a mi estación. Me bajé sin despedirme y, cuando estaba caminando fuera del tren, el hombre se quedó pegado a la ventana mirándome fijamente a los ojos como un prisionero, desde un pabellón de condenados a muerte. Me sonreí. Minutos más tarde, sin embargo, me puse serio. ¿Y si me miraba como si el condenado fuera yo?

1 comentario:

carlosrealm dijo...

A veces, la rutina no nos deja ver que lo real y lo imaginado están separados por una fibra minúscula. A veces, el hirviente deseo de desenredarse del enramado nos deja ver un atisbo de lo que se oculta a nuestros ojos. Lo que no vemos, está ahí de todos modos. Empezar a verlo es transgredir o transgredirse, y ahí es donde se empieza uno a sentir loco o, al menos, diferente, iluminado.