22 nov 2007

El mito escapista


El padre de la cumpleañera se nos acercó y nos dijo que llevaba muchos años viviendo en Francia porque estaba cansado de tres cosas: hablar mirando hacia arriba (es un hombre pequeño para estándares holandeses), el viento y la falta de elegancia de las mujeres. Finalmente, quedamos en la mesa con el gringo de los gatos. Se va porque se le agotó el dinero. Pero antes, siempre queda tiempo para el pasatiempos de que hemos recibido de los alienígenas el poder de convertirnos en los reyes-filósofos de La Nueva República. Tal vez por no haber llegado a los cincuenta años recomendados para tal designación, le espetamos a la bailarina, que se nos unió al último momento, la tarea de ser ministra de cultura. Aquí, me temo, cedimos ante la tentación de atender a lo instintivo, algo explícitamente prohibido para un rey-filósofo. Efectivo, sí, pero no para un sistema político republicano (en su sentido clásico), sino para un sistema consumerista/conductista/psicoanalítico. Es el caso de los EE.UU. donde el sobrino de Freud, Bernays, fue contratado para diseñar estrategias de control de masas basadas en el psicoanalisis, pero para purificarlas de la connotación crecientemente negativa de la "propaganda" fundó las relaciones públicas y con ello también la publicidad que conecta el producto o servicio con la satisfacción de una pulsión. Más tarde la primera pulsión erótica sería revertida por una pulsión tanática y de pulsión se malformaría en obsesión (pese a ser esta la forma más pura de la pulsión).
Quedamos entonces con más de seis mil millones de obsesivos mata-tigres que sueñan con escapar la realidad fabricada, virtual, simulada y donde cada vez más se reemplazan los mitos de creación de antaño con los de escape. El mito de escape, a diferencia del primero, no trata de cómo llegamos aquí, sino de cómo hacemos para irnos. En la cultura popular abundan (digo abundan por decir cualquier cosa) las novelas, películas, historietas y demás espacios donde un individuo, un grupo o "jan en alleman" descubren que viven en un mundo fabricado, simulado o virtual (como si esto fuera sorpresa) y encuentran la manera de escapar. Sin embargo, el resultado invariable es que el lugar a donde escapan es al "nuestro". Lo que empieza como una crítica a nuestra sociedad, acaba con una reivindicación de la misma. La morelaja del mito es que la única forma de escapar de las garras del diseño de la colectividad, consiste en aceptarla y rendirse a ella, o bien, luchar contra ella a sabiendas de que será reemplazada por otra igual de artificial.
Los británicos llevan años luchando contra las tarjetas de identidad (hay que ver como les aterroriza cuando uno les dice que en Colombia piden cédula hasta para usar un baño público) y quizá en la catástore de sus identidades perdidas (me refiero a la pérdida de datos personales de 25 millones de británicos) encuentren su argumento definitivo, encontrando también, a las claras, la frustración de saber que con o sin la dichosa tarjeta, ya sus identidades andan volando por el espacio digital. Algunos, por ello, se oponen a registrar su domicilio, a tener teléfono, a tener cuenta de correo electrónico y ni hablar de los sitios de "social-networking". Una vez más se vive el mito: para escapar de la artificiosa existencia en el ciberespacio, se ocultan en la realidad del mundo real, ese mismo que ya sabemos que es fabricado, virtual y simulado.

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