A prestar atención
Escuché que alguien gritaba y no pude asomarme. No se exactamente como describir el grito, pero no era de llamado, ni de dolor, ni de ebriedad, ni de victoria. No podría ni siquiera decir con certeza la edad de quien gritaba, pero se que no era un animal. No me asomé porque no soy curioso y porque estaba ocupado, pero media hora después cuando volví con mi café en la mano pude ver en la calle un tumulto, no muy numeroso ni ruidoso, pero bastante confuso. Solo se veían un par de docenas de cabezas agitadas, pero sin destino aparente. Continué en lo mío. Al segundo café no había nada más que un círculo pintado en el piso. Un círculo blanco, perfecto, de más de dos metros de diámtero. Y la actividad de la calle se había normalizado, pero me entró una curiosidad retroactiva que ya no puedo saciar. No se qué fue el grito, no se si la gente en la calle fue una respuesta al mismo o su origen, no se si el círculo fue dibujado por la gente o ya estaba ahí.
Nunca se a qué cosas prestar atención. Cada porción de mi poca sensibilidad queda, al final de cada día, mal distribuida. El otro día me quedé mirando un cable por una hora y media. Pensaba en todo lo que atraviesa por ese cable y no podía comprenderlo, pero le daba toda mi atención al asunto. No me refiero a los detalles técnicos. Pensaba en cómo explicar el cable a alguien muy inteligente, muy enterado de la teoría tras el cable, pero que fuera traído de hace siete u ocho décadas al presente. Y luego me puse en su lugar y descubrí que no era muy distinto a mi lugar actual. Y entre en pánico porque en dos o tres décadas el cable no existirá más y toda mi atención concentarda en él será en vano. Es en esos momentos es cuando el fin me reconforta.
En otra ocasión observe una tarde entera la televisión y me di cuenta que apagada no ofrece mucho estímulo. La prendí y me di cuenta que tampoco.
En mi adolescencia observaba mucho mis pies y cada vez estaban más lejos. Finalmente, estaban tan lejos que ya no los conocía. Ahora veo como mis últimos dos dedos en cada pie prácticamente se han fundido en uno solo: un super dedo curvo y arrugado. Años de usar zapatos los han deformado sin remedio. Si existiera la posibilidad (que no existe) de que alcancemos a ver una evolución física en el hombre del futuro, me parece que esa sería una de ellas: la desaparición del dedo meñique del pie.
Me encanta decirle a los niños de cinco años (más o menos) que tienen algo en la nuca, que se la tienen que mirar. Yo no usé el truco de los espejos sino hasta mucho después, en parte porque no había espejos móviles. Todavía no me reconozco en las fotos tomadas a mis espaldas.
Ahora, mientras escribo, hay muchas cosas a las que no estoy prestando atención...
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