El Dios de Anatol
Me parece que fue Anatol Walhertz quien dijo que Dios no puede predecir el futuro, o de lo contrario no habría creado el mundo (en parte ante el horror de lo que había terminado creando, suponiendo un Dios bondadoso). Su explicación consistía más o menos en decir que las reglas del universo se habían establecido de tal manera que ni Dios mismo podía entenderlas, pues era la única manera en que se podía dar lugar a la vida, la diversidad y la evolución. De otro modo, creo que era el argumento, el mundo hubiese sido un sitio mecanico, simplificado y controlado por Dios en que la vida sería artificial, la conciencia ilusoria, la voluntad imposible y por ende el alma inexistente. El mundo entonces no es, como dicen algunos, un juego de Dios o un teatro para su entretenimiento. Dios no está sentado en el piso de su cuarto lanzando aviones al piso, chocando soldados entre sí, sumergiendo casitas en el agua y olvidando buena parte de sus hombrecillos de juguete dentro de la caja, abandonados a su suerte, mientras se entretiene con lo último.
Pero si Dios ha creado un mundo que ni él mismo puede o quiere controlar, entonces también debe haber dejado algunos vacíos legales para intervenir, supondría uno. Esperaría uno también, porque o si no todas la plegarias de los millones de personas que creen en él estarían condenadas al olvido, o peor, a la atenta pero impotente escucha de Dios que quizá se arrepentiría de ver como todos le piden intervenir y él no puede hacerlo, afectando profundamente su ego de Dios al ver como fue capaz de crear el universo, pero no es capaz de curar el cáncer de la hija de Rodolfo en Manila.
Cabe contemplar entonces la creciente tendencia a no creer en Dios. Lógicamente para quienes son ateos estas cuestiones son irrelevantes. Y aquí terminaba Walhertz arguyendo que dicha tendencia era o bien uno de los resultados de la complejidad inherente del mundo, o bien una de las intervenciones de Dios. En cualquiera de los dos casos se trataba de una situación conveniente para Dios, para los creyentes y para los ateos. El primero tendría menos gente pidiéndole favores, los segundos tendrían más posibilidades de ser ayudados, y los terceros no pedirían ayuda y no serían defraudados. A manera de epílogo, Walhertz elegía ser ateo por puro altruismo: para dar su porción de Dios a algún creyente que la pudiera usar mejor.
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