28 feb 2007

Tres clasicos playeros


Cuando era niño íbamos mucho a la playa. Esa playa de arena negra frente al agua quieta y oscura. Era típicamente un paseo dominical hasta "la cabaña", donde por algún motivo nunca se botaron los residuos de los antiguos habitantes y había revistas viejas, sillas rotas y botellas de cerveza abandonadas a su suerte. Las mesas eran viejos carretes de cable, el techo era de paja y las paredes de tablas de mala madera- por cierto, como es obvio, finalmente se hizo cenizas tras un incendio. En el "zarzo", que en realidad era un desván, no había más que oscuridad, murciélagos y polvo sobre polvo. De todas maneras tenía su encanto y se alcanzaba a ver el mar, que quedaba como a media hora caminando.

Hay tres elementos clásicos de esas idas a la playa. El primero era el optimismo. Aquel según el cual un Renault 6 parcialmente oxidado por el salitre podía llegar hasta las zonas más húmedas y blandas de la playa. Una de cada cinco veces eso se traducía en gastar un par de horas desenterrando el carro, para luego regresar sin haber podido nadar en el mar. El segundo era el engaño. En su primera acepción, me refiero al señuelo o carnada que, pendiente de un hilo, nos ayudaba a pescar cangrejos en el lodo acuoso de la ciénaga. Era eso o esperar a que fuera oscuro y sencillamente arrearlos hacia costales cuando salían numerosos a la playa. En su segunda acepción, el engaño era creer que estos pequeños cangrejos de playa eran comestibles. Se arrojaban entre una olla a que se despedazaran entre sí y luego se hervían para saborizar unas papas (catorce cangrejos por papa) sin el menor riesgo de encontrar algo de carne bajo su menuda caparazón. El tercer elemento clásico era la mala memoria. Aquella que resultaba en el olvido de las llaves de la casa y solo notarlo al regresar de la cabaña tarde en la noche del domingo. Una de cada cuatro veces era preciso envolver una piedra en una camisa y romper el vidrio al lado de la puerta para entrar como ladrones. Era tan común que el portero, al oir que le llamaban (Mooonooo!), llegaba inmediatamente con la piedra. Luego tardaba un par de días el hueco en lugar de la ventana. Siempre había una ventana un poco más brillante, un poco distinta, un poco más nueva que las demás.

4 comentarios:

carlosrealm dijo...

Quizá la edad te confunda, mi pequeño, pero el Mono era del Parma. El cuidandero era también el de la casa vecina y se llamaba "Joséeeeeeeeeee".

No te olvides del baño que mi mamá prácticamente se negaba a usar, la carpa armada frente a la cabaña, la ducha exterior, el peludo "limpiacasas" que nos hizo regresar a Barranquilla en medio de la noche porque era "Fernando, una culebra".

Volví a Playa Mendoza en el 92 y me encontré una playa árida y resquebrajada sin rastros de la infinidad de charquitos que se formaban cerca a la orilla y que siempre despedían un olor espumoso a orina.

Cuando supe de la conflagración que terminó para siempre con esos sueños de infancia y con la probabilidad de revisitar la cabaña y de encontrarme con Mollete y Pat'e Pollo, recibí una reprimenda por no saber, similar a la que recibí cuando me enteré de que se había muerto la abuela, también por no saber o, más bien en ambos casos, por "cómo no ibas a saber"... Curiosamente, en ambos casos, el "reprimendador" fue el mismo.

rg3.1416 dijo...

Lo tengo clarísimo, el Mono era en Parma porque eran las llaves de Parma las que se olvidaban dentro.

Daniel dijo...

Excelente documento histórico. Lo recuerdo bien, pero el tono de ustedes suena a queja. Para mi fueron momentos muy felices y como niño disfruté mucho el sentido de aventura que daba ser el que entraba por el hueco.

Al menos ibamos a la playa...

rg3.1416 dijo...

Nada de queja, todavía hoy necesito mi dosis de playa con frecuencia. Lo que pasa es que esos son los clásicos del momento; también podría haber mencionado el barrial que armabamos en un pozo, las exploraciones sin supervisión a la casa del mafioso que jamás pasó de la estructura, el "gimnasio" del Happy Lora. Y si recuerdo que Dani era el hueco-man, tambien cuando se cerraban las puertas de los cuartos tocaba entrar por la ventana de arriba, el portero ayudaba a subir, pero al otro lado solo se escuchaba el "thump" de la caída.