Paquete chileno
El alemán aprovecha que su novia chilena está lejos y me dice en voz baja: en tres semanas viene la mamá. Está preocupado de que la señora, muy femenina y acostumbrada a lujos y sirvientes, no pueda lidiar con las escaleras de su edificio o el tamaño de su baño. Más tarde la chilena también enfatiza que quiere tener todo listo para que su madre no se preocupe y vea que están viviendo bien. Les parece a ambos que la señora, al no estar acostumbrada a los estándares de Amsterdam, se lleve una sorpresa o se queje o se lleve la impresión de que viven mal. Con esa actitud, estoy seguro de que por más que arreglen el apartamento, sentirán que cualquier cosa que la mujer diga es un a crítica y ya puedo escuchar al alemán, la próxima vez que lo vea, contándome en voz baja todo lo que la madre dijo o pensó en su visita.
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Los ocho se aproximan al Oráculo de Delfos con las respuestas más claras que las preguntas y sin saber que, como en Castalia, todo es intoxicación, todo es envenenamiento. Luego usan sus manos largas y satánicas como las de Paganini no para hacer música, sino para firmar papeles.
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