Pesadilla
Mishima y Multatuli se me aparcieron anoche en un sueño. Cargaban cada uno una llave y un bordón y los levantaban al aire de una manera muy parsimoniosa, casi mecánica, un poco como en el inicio de Lucifer Rising de Kenneth Anger, solo que en vez de encontrarse en lugares opuestos, ambos apuntaban hacia mí. Los dos iban muy elegantes, con capas y con sus cabellos muy bien peinados, pero Multatuli se veía viejo y Mishima joven, atlético como siempre. El japonés se fue desvaneciendo mientras se empezaba a formar una media sonrisa en su boca; el holandés inclinó su cabeza sobre su lado izquierdo y se dejó caer.
De atrás, envuelto en una nube gris y borrosa llegó Sillanpää con sus brazos a medio levantar. La nube lo engullió poco a poco y se hizo más espesa, casi gelatinosa. De Sillanpää pasó a convertirse en La Silampa, aquella aparición del frío y la niebla, que se me acercó arrastrándose rápidamente por el piso hasta llegar a mis pies, envolverme con su frío y luego enrollarse en mí para chuparme la vida a través de los poros y dejarme esquelético, pero aun vivo.
Aterrorizado corrí hacia una luz tenue que resultó ser una especie de choza sin paredes. Allí, en el suelo yacía Mishima con sus intenstinos regados por el suelo y una nota dirijida a Multatuli que ya nunca leería. Débil y horrorizado me acosté al lado de Mishima, en torno a las velas que él había encendido y cuando abrí la carta con mi último respiro, me despertó mi vecino con sus ronquidos.