Frelon
Seguramente habrán sentido en sus vidas un poder de atracción que es más fuerte que cualquier otro poder sobre ustedes. Un magnetismo tan potente que evadirlo es sencillamete imposible. Un deseo irreprimible de acercarse, primero, contemplar, después, tocar, luego, entrar, y finalmente fundirse con el foco de atracción. Pues hace unos días me estaba pasando exactamente eso. Y es que es inevitable, se entiende. Es algo instintivo, animal. Todas las noches me estaba acercando a su ventana para tratar de ver el momento en que se podría decir que cobraba vida para mí. Primero de lejos, luego más cerca. Finalmente brillaba en toda su belleza, luminosa, hermosa, cálida, perfecta. Pero yo no era capaz de hacer nada distinto a darme topes contra la ventana, quizá a la espera deque se abriera, o de que un milagro me otorgara la capacidad de cruzar este maldito invento humano que son las ventanas. Que engañosa es su transparencia, su frialdad, su falsa protección. En fin, hace poco vi mi oportunidad y la tomé. No serían más que unos pocos centímetros pero logré entrar. Como es lógico, estaba aturdido, ya se sabe que cuando deseamos algo de esta manera no sabemos como reaccionar cuando lo tenemos al frente (la mayoría, de hecho, lo dejan pasar). Estaba mareado con su luz, extasiado con su calor, totalmente ebrio de amor. Pero me tardé demasiado. Un monstruo gigante me atacó. No una, sino repetidas veces. Trate de escapar, de encontrar la salida, pero su medio no es el mío y no daba con ella, sino con torpes aleteos de un brazo gigante y varios golpes que finalmente me dejaron aturdido y en el piso. Lo siguiente que recuerdo es despertar en la hierba mojada y fría, preguntándome por qué. ¿Fueron los celos, acaso? No puedo imaginar que pueda tener algo contra mí. No hago otra cosa que librarle de otros más pequeños que se comen su cilantro. Además, mucha gente me admira. Muchos saben de la influencia de las hormigas en el estudio de los comportamientos emergentes en la sociedad, pero de nosotros qué; de nosotros sí que hay mucho que aprender. Algunos lo han hecho, pero claro, supongo que es más fácil encajar a unas hormigas que restringirnos a nosotos. En fin, por allá no me vuelvo a aparecer. No me quedan más que pocos días de vida como para gastármelos haciendo caso a mis irreprimibles instintos.