Esquizofrenia implícita
Es evidente que todos somos esquizofrénicos. De hecho, algunos sienten un poco de atracción o de orgullo ante la fantasía de su esquizofrenia: les excusa del esfuerzo por ser coherentes; les justifica las personalidades que han adoptado temporalmente y que hoy les avergüenzan; les da la esperanza de que la próxima identidad que se prueben les quede mejor; les da la oportunidad de soñar con el desvío que tanto anhelan.
Hace rato que sabemos que la división entre hemisferios del cerebro era apenas la simplificación más torpe de las múltiples regiones que hoy están catalogadas, según lo que en un momento determinado se quiera medir: la región artística, la memoria de corto plazo, el deseo sexual, las funciones motoras de las extremidades inferiores, la dimensión religiosa, el miedo al extranjero, el gusto por el picante, la reacción ante la imagen de Mickey Mouse, etc. Es fácil hacer esas clasificaciones cuando lo único que hay que medir es cuántas luces se prenden en la pantalla y dónde están agrupadas.
Cuando medían esto en el movimiento del brazo de un mico, descubrieron (por serendipia) que la misma región se activaba cuando uno de los investigadores movía el brazo. Encontraron así la base del aprendizaje por observación y la empatía (entre muchas otras fantásticas posibilidades que se me ocurren), pero lo único que han hecho es lograr que otro mico controlara un brazo robótico. Ya pensarán en algo de mayor impacto.
A mi lo único que me preocupa de mi esquizofrenia es mantener todas las personalidades bajo control, independientemente de cuántas o qué tan fuertes sean. Eso es fácil, basta con no ejercer control para que estén bajo control. El miedo proviene de la posible pérdida de la memoria. Hace años llevo diario, anticipándome a esta circunstancia, para que no se me olvide quién se supone que puedo ser - el blog vendría siendo para que a los demás tampoco se les olvide. La dificultad es que si de verdad basara mi futura personalidad en lo que escribo en mi diario, no se qué pensaría de mí. Entonces he decidido que voy a escribir en mi diario lo que mi yo desmemoriado quisiera leer.
Y voy más lejos. No hace falta perder la memoria. Basta con un poco de autosugestión para hacerlo en tiempo real. Por ejemplo, hace como una semana tuve una experiencia muy holandesa, cuando mi tren tuvo que permanecer quieto durante un cuarto de hora mientras retiraban un cisne del ferrocarril. Típico holandés porque en lugares más cercanos a mi corazón no hay cisnes, pero también porque no hay trenes y porque si hubiera trenes y cisnes le pondrían un mata-cisnes al frente del tren para evitarse ese problema. En todo caso, llegué a contarle a todo el mundo, pero dije que había sido más de media hora y que había visto como arrancaban al cisne de debajo del tren, escasamente con vida, pero que al ponerlo sobre el agua había empezado a nadar como si nada. Yo no vi esto, solo escuché el anuncio por altavoz. Pero ahora, cuando lo recuerdo, puedo ver al cisne e incluso al conductor cargándolo en sus manos delicadamente. Ya en mi memoria siempre será así ese episodio. Es hora de ser más ambicioso al escribir en el diario virtual de mi memoria, mientras hago lo propio en el de papel.
Pero eso sería mentir, ¿no? Pues la RAE define una mentira como "Expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa." Como somos esquizofrénicos, estamos en nuestro derecho de saber, creer y pensar muchas cosas que típicamente son contrarias entre sí. En su columna de hoy en el NYT, Nick Kristoff cita a un neurólogo diciendo que un reciente estudio sobre nuestros prejuicios implícitos revela la brecha que existe entre nuestra mente y nuestros ideales. Uno se podría preguntar dónde están los ideales, ya que no están en la mente (en el corazón quizá), pero de todas maneras queda en evidencia que somos mentirosos y esquizofrénicos por naturaleza. Si nuestro consciente y nuestro inconsciente no se ponen de acuerdo (no somos conscientes de nuestros ideales), entonces más vale aprovechar para reivindicar esas ideas fundamentales a la fuerza. La intelligentsia rusa defendía la verdad por encima de la comodidad, yo prefiero la mentira sobre la comodidad. Y para empezar a diseñar algunas mentiras relevantes (ya no de cisnes invisibles) puedo empezar por traer a la consciencia esos ideales implícitos con la ayuda del Project Implicit de Harvard que menciona Kristoff. Eso da una pista de los prejuicios que puedo empezar a reescribir. Por ejemplo, no tenía la menor idea que podría chocarme un asiático, judío, gay, gordo, sicólogo, viejo y ciego (de seguro alguien así sería muy poco esquizofrénico).